Fragmentos de la historia de Raquel y Bastian "Tal para cual"
Hola chic@s, buenas noches.
Llevaba tiempo sin subir fragmentos de la historia de Raquel y Bastian "Tal para Cual". Espero que os guste y que os animáis a seguir conociendo esa preciosa historia.
Llevaba tiempo sin subir fragmentos de la historia de Raquel y Bastian "Tal para Cual". Espero que os guste y que os animáis a seguir conociendo esa preciosa historia.
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El recinto tiene forma
rectangular con el aparcamiento en el centro y las tiendas dispuestas a su
alrededor. Hago un barrido y justo en la entrada veo una farmacia; al fondo, a
la derecha, puedo divisar un supermercado Lidl y, en la zona central, en una
isleta separado de los demás locales veo lo que a mí más me interesa en estos
momentos: un Burger King.
Acelero el paso, pero
antes de entrar me percato de que el aparcamiento rodea la hamburguesería. Por curiosidad,
e ignorando el rugir de mi estómago, decido averiguar qué es lo que hay al otro
lado. Para mi deleite descubro que ha merecido la pena. Delante de mí veo otra
salida y al otro lado de la calle hay un centro comercial más pequeño, justo al
lado de la estación de metro Tottenham Hale. Mejor imposible.
Estaba equivocada,
todavía puede ser mucho mejor: hay un Pizza Hut. Amo las pizzas. Decidida,
cruzo la vía y entro en el establecimiento.
El local está abarrotado
y, mientras espero la vez, concentro mi atención en el bullicio que hay a mi
alrededor; un popurrí de idiomas inunda mis sentidos, puedo identificar hasta
ocho lenguas diferentes habladas al mismo tiempo. Es extraordinario ver cómo
personas de nacionalidades y costumbres tan diferentes comparten el mismo
espacio sin mezclarse pero, a la vez, formando una única y armoniosa estampa.
A medida que me aproximo
me fijo en el chico que atiende a los clientes detrás del mostrador. Deduzco
que debe de tener más o menos mi edad. Es muy atractivo y qué trasero, ¡Dios!,
para hincarle los dientes. En este mismo instante él se gira y me pilla
comiéndomelo con la mirada; me sonríe y yo, como la descarada que soy, le
devuelvo la sonrisa sin una pizca de timidez.
Por fin me toca. Me
acerco y él me recibe con una sonrisa llena de segundas intenciones. Me saluda
en un perfecto inglés, aunque es incapaz de ocultar su acento español. No lo
puedo evitar y mi cara se ilumina. En realidad, no es muy difícil encontrar a
españoles trabajando en el sector de la hostelería en Londres, sin embargo,
encontrarme a uno en mi primer día es reconfortante. Le sonrío de oreja a oreja
y le devuelvo el saludo en español:
—¡Hola, buenas noches!
—¿Eres española? —me
pregunta lleno de sorpresa.
—Sí —le digo sin darle
muchas explicaciones. Que sea guapo no quiere decir que sea buena persona.
Sin embargo, he
necesitado apenas unos minutos de conversación con él para enterarme de que se
llama Fernando, que es inofensivo, además de ser andaluz como yo. Y con los
siguientes minutos de espera tuve tiempo para descubrir que estaba soltero, que
vivía con su hermana y que trabajaba para su cuñado; con un poco más de tiempo
averiguo hasta cuál es su postura sexual preferida.
—Si necesitas algo ya
sabes dónde encontrarme —me dice con una sonrisa traviesa y me guiña un ojo.
Le agradezco, le
devuelvo la sonrisa, y salgo del local con una pizza mediana de cuatro quesos,
un refresco light y una agradable sensación en el cuerpo. Creo que me llevaré
muy bien con Fernando. Intuyo que necesitaré un buen amigo mientras dure mi
estancia en esta ciudad.
A la mañana siguiente me
despierto a las seis y media con el insistente sonido de la alarma de mi móvil.
Lo apago y me siento tentada a dormir un poco más; no obstante, la excitación
por empezar a trabajar en lo que me apasiona vence al sueño y me levanto
dispuesta a comerme el mundo. Tras enfundarme en un elegante traje de oficina
compuesto por falda y chaqueta en color azul marino, me maquillo con esmero y
me subo a mis Manolo Blahnik de ocho centímetros. Perfecto, me siento poderosa
y femenina. Aprovecha guapa, porque dentro de unos meses tendrás que decir: «me
subo a mis zapatos de mercadillo y me siento una mierda».
«No empieces, Raquel,
corta el drama», me dice el tocapelotas de mi subconsciente.
Cierro la vieja puerta
de madera pintada en blanco y salgo a la calle dispuesta a enseñarle a estos
ingleses de lo que somos capaces los españoles.
Capítulo 2
L
|
as calles ya han cobrado vida y con
extremada rapidez alcanzo el metro. Mi primer destino será Victoria Station.
¡Cómo echo de menos mi coche! Su
olor a nuevo, el mullido asiento de piel negro, la prontitud con la que llegaba
al trabajo; en veinte minutos estaba en la empresa, con mi bebé debidamente
estacionado en mi plaza de garaje privada. Es cierto lo que dicen: «solo
valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos».
Inspiro profundamente
para tranquilizarme, pero el olor que mi cerebro registra no es el esperado;
suelto el aire apresuradamente y mis recuerdos me conducen a mi anterior vida
sin que lo pueda evitar, restregándome en la cara todo lo que he perdido. Mis
ojos se llenan de lágrimas y mi corazón se encoge. Dios, por favor, permite que
pueda vivir con lo que tengo en estos momentos, dame fuerza para salir
adelante, repito una y otra vez para convencerme a mí misma.
Sé que suena superfluo,
sobre todo teniendo en cuenta que hay mucha gente pasándolo mal de verdad,
gente sin la menor posibilidad de salir adelante; no obstante, por más que
intento ver las cosas desde esta perspectiva no es fácil despertarse de la
noche a la mañana y descubrir que estás arruinada.
Ha sido un duro golpe
para todos, pero la que más me preocupa en estos momentos es mi madre. Ella
todavía no ha aceptado su nuevo estatus y sigue gastando en sus eventos
sociales un dinero que no tenemos; y mi padre, por orgullo, se lo permite.
Mucho me temo que, como siga así, tendrán que vender la casa de Sevilla para
irse a vivir al pueblo.
La sola idea de
permanecer anclada al pasado me hace estremecer, quiero dar una oportunidad a
la nueva Raquel de ser feliz. Antes de que la autocompasión me estropee el día,
me pongo los auriculares del iPod y me dejo envolver por la susurrante voz de
Alicia Keys.
Ya recuperada, y con las
emociones en equilibrio, me bajo del metro y sonrío. Me gusta esta explosión de
locura que hay en Londres, es como si respirásemos adrenalina.
Ahora tengo que andar
apenas unos metros para coger el autobús hasta Hester Road. Suerte que conozco
esta región, porque callejeé medio Londres durante los dos años que viví en el
Soho. Tiempos inmemorables, donde mi única preocupación era si mi bolso
combinaba con mis zapatos o si llevaba el maquillaje adecuado para tal hora del
día. «Raquel, no te vayas por estos caminos», me reprendo.
El autobús se detiene y
me bajo en la parada de Battersea Bridge en Hester Road. Unos minutos de
caminata y finalmente llego a mi destino. «¡Vaya, vaya! No está nada mal. Se
nota que tienes poderío, arquitecto», digo en voz alta mientras evalúo la
poderosa construcción de metal con cristales azules. Justo a mi derecha hay un
pequeño jardín y en la parte central una imponente placa en bronce con la
inscripción: Drake Associates. Delante de mí atisbo los pocos escalones que me
llevarán hasta mi futuro jefe.
Entro en el imponente
edificio y, tras identificarme, recibo un pase exclusivo para la tercera
planta, que debo de llevar a la vista mientras dure mi estancia. ¡Ni que
tuviera una entrevista con la reina! Como buena chica que soy sigo las
instrucciones del amable caballero y tomo el ascensor de la izquierda. Y, a
medida que este va subiendo, también lo hacen mis pulsaciones.
Finalmente, las puertas
se abren y lo primero que veo es la placa de RR. HH. Me llevo un chasco porque
creía que vería a Bastian. Se me había olvidado que ahora ya no soy la hija del
dueño y que nadie más me hará la pelota. Me presento y un simpático señor de
unos sesenta y pocos años, de nombre Charles, se encarga de ponerme al tanto de
mis funciones y de las normativas de la empresa. Por lo visto el arquitecto es
muy celoso de sus creaciones y restringe el acceso a la cuarta y quinta planta
a los directivos y a los responsables de los proyectos de gran envergadura.
También me explica que a esa zona solo se puede acceder por el ascensor de la
derecha y, además, tienes que tener una clave de acceso.
Terminada las
explicaciones nos dirigimos a la segunda planta, donde trabajaré a las órdenes
de Sarah Marshall. Nuestra llegada causa interés y varios pares de ojos
acompañan atentamente nuestros pasos. Me fijo en una mujer de mediana edad un
tanto estrafalaria en su manera de vestir; ella, como si presintiera mi
presencia, levanta la mirada de los planos, esboza una sonrisa y, con una mirada
evaluativa, camina a nuestro encuentro.
Me llevo una sorpresa
cuando me entero de que es mi nueva jefa.
—La dejo en muy buenas
manos, Raquel. Si necesita cualquier cosa ya conoce el camino —me dice con un
tono sincero tras haberme presentado a Sarah como la nueva incorporación de la
empresa.
—Pásese por aquí,
Raquel. De momento compartiremos oficina. Ya se están tomando las medidas
necesarias para que tenga su espacio de trabajo y todo lo necesario para
ejecutarlo —me dice con una sonrisa amable en la cara.
—No se preocupe, señora
Marshall, estaré encantada de compartir oficina con usted. —Le devuelvo la
sonrisa.
—¿Qué le parece si
dejamos las formalidades a un lado y nos tuteamos? Me gusta fomentar una
atmósfera distendida en el trabajo.
—Por mí perfecto, Sarah.
Gracias.
Esta mujer acaba de
ganarse mis respetos, creo que nos llevaremos de maravilla.
Sarah me encarga revisar
un plan de diseño que no cumplía con las exigencias del cliente. Según ella, ya
van dos presentaciones fallidas. No me gusta trabajar así pero, tras definir
con ella los conceptos, me sumerjo en los planos. Pasado un rato —y después de
haber cambiado la distribución, eliminado paredes, modificado las instalaciones
y elegido nuevos materiales—, empiezo a ver sobre la pantalla del ordenador lo
que mi mente había visualizado.
—Hola —me dice alguien
sacándome de mi modo creativo.
Aparto la mirada del
ordenador y miro con mala cara al responsable de la interrupción, mejor dicho,
la responsable, una pelirroja de unos veintitrés años con unos enormes ojos
verdes y cara de ángel.
Me apiado de ella y
esbozo una sonrisa. Cuando estoy concentrada odio que me molesten.
—Eh, soy Evelyn, la
ayudante de Sarah. Perdona que te haya interrumpido, pero ella me pidió que te
dijera que es la hora del almuerzo. Y como eres nueva y no conoces a nadie
pensé que te gustaría acompañarme al comedor de la empresa, en el caso de que
te quedes a comer aquí.
¡Madre mía! Yo hablo
deprisa cuando estoy entusiasmada por algo, pero esto ya es otro nivel.
—Hola, Evelyn, gracias
por decírmelo. Te acompañaré encantada. —No te puedes ni imaginar lo contenta
que estoy por saber que la empresa ofrece servicio de comedor a los empleados,
pienso para mis adentros.
—No hay mucha variedad,
pero sale muy económico —me dice con una sonrisa dulce. —Con que tenga algo
calentito para llevarme a la boca todos los días me conformo, pienso para mí de
nuevo.
Cierro las aplicaciones,
apago el ordenador, cojo mi bolso y la acompaño hasta la tercera planta, que es
donde se encuentran el restaurante y la cafetería de la empresa.
—¿Siempre está así de
concurrido? —le pregunto al constatar que el recinto está lleno.
—No, solo cuando el
jefazo está cabreado. El restaurante es el termómetro de su estado de ánimo:
cuanto más lleno, más enfurecido está el todopoderoso.
—Entonces podemos decir
que hoy está echando fuego por la boca —le digo y mi cuerpo arde de deseo al
pensar dónde podría él verter todo ese fuego, que yo lo aplacaría encantada.
Pon freno, Raquel, tu
momento con Bastian ha quedado en el pasado.
—Me he enterado por
Anne, la secretaria de la presidencia, que la situación es crítica. Elizabeth,
la asistente personal y mano derecha de Bastian, ha sufrido un accidente de
tráfico esta mañana cuando venía a trabajar. Por suerte está fuera de peligro,
pero estará de baja varios meses.
—Me imagino que él
tendrá un equipo cualificado para hacer frente a este tipo de situaciones.
—No te creas. Bastian es
el puto amo de la arquitectura, él no tolera fallos y rara vez da una segunda
oportunidad, solo los mejores llegan a la cuarta y quinta planta. Él exige la
misma perfección a su secretaria y a su asistente. Y, por lo que me han
contado, ya ha despedido a dos esta mañana; la agencia que contrató acaba de
enviar la tercera. A ver lo que dura la pobre sin ser degollada —me dice con
una pizca de satisfacción. Al parecer él no es solo el puto amo de la
arquitectura.
Hago memoria y ese no es
el perfil del hombre con quien tuve una de las mejores noches de sexo de mi
vida. El Bastian de mi recuerdo era divertido, apasionado, inteligente,
caballeroso y demasiado modesto teniendo en cuenta sus cualidades amatorias.
La comida transcurre
amena. Evelyn resultó ser una chica encantadora y hemos congeniado al momento.
Sin embargo, noto que no interactúa con los demás compañeros de la misma forma
que lo está haciendo conmigo, y eso me tiene de lo más intrigada.
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