La Decisión de Lesley - Primeros capítulos

Hola chic@s, buenas noches.

Si habéis leído "El despertar de Olivia" seguro que conocéis a Lesley. Pues bien, acabo de publicar su novela "La Decisión de Lesley" y para que os vayáis conociendo su historia os dejo un nuevo fragmento. Espero que os guste y que os animáis a seguir leyendo. Un abrazo enorme a tod@s. 




SPOILER

...CONTINUACIÓN DEL 1 CAPÍTULO

Mientras Lesley se paseaba de un lado a otro de la habitación durante lo que a ella le parecía una eternidad, Kendrick hablaba con Nimue. Él se había visto involucrado en la organización de la boda de la amiga de su hermana menor. En un principio intentó zafarse por todos los medios, pero la pequeña de la familia era una lianta de cuidado y acabó implicando a toda la familia. 

—He decidido reforzar la seguridad a última hora. Había varios puntos ciegos y, dada la notoriedad de la pareja, no me extrañaría que los carroñeros de la prensa sensacionalista intentaran colarse. 

—No han dejado de molestar. Si pillas a alguno, por favor, aplástalo como si fuera una cucaracha —dijo su hermana, enfatizando sus palabras al simular que pisaba a un insecto imaginario. 

Nimue había conocido a Olivia a través de Matthew, que era amigo de su esposo, Bruce. Desde entonces se habían hecho inseparables. Le apenaba que una chica tan joven y dulce hubiera pasado por cosas tan duras como un matrimonio fallido y la puñalada trapera de sus amigas del alma. Estas la habían traicionado de la manera más ruin y la habían dejado hecha polvo. Por eso se había empeñado con tanto esmero en proporcionarle la mejor boda de la historia, quería que esta segunda oportunidad que el destino le brindaba fuera inolvidable para ella. 

—Tranquila, pequeña. Lo tengo todo controlado, ahora a disfrutar, que la ceremonia está a punto de empezar. —La envolvió en un abrazo cariñoso y le depositó un beso en la frente. 

A pesar de que ya era una mujer casada y madre de una bebé preciosa, para él seguía siendo su hermanita pequeña. Todavía se acordaba del día que anunció su embarazo. Solo tenía diecinueve años y se había quedado embarazada de un hombre que casi le doblaba la edad. Quiso matarlo, en realidad toda la familia estuvo tentada de hacerlo, pero Nimue sorprendió a todos con una madurez y un carácter que desconocían. 

—Gracias. ¿Sabes que eres mi hermano favorito? —Le dedicó una sonrisa deslumbrante antes de perderse entre los invitados. 

Sacudió la cabeza con un ligero mohín en los labios. La muy descarada les decía lo mismo a los cuatro. Era el ojito derecho de la familia. 

Sus padres se habían casado a los veinticinco años y no tardaron en ampliar la familia. Primero lo tuvieron a él; luego llegaron los mellizos, Colin y Irvin; dos años después, y para la desesperación de su madre que soñaba con tener una niña, vino Malcom, el casanova de los MacGregor. Sin darse por vencidos siguieron intentándolo y, pasados seis años, nació Nimue, la risueña niñita pelirroja de enormes ojos verdes que los enamoró a todos. 

Kendrick volvió al presente y, tras intercambiar unas palabras con el jefe de seguridad, siguió a su hermana para ocupar su sitio en el ritual celta que acababa de empezar. Nimue había seguido la tradición al pie de la letra y era imposible no sentirse trasladado a los mágicos bosques de las Highlands. Justo hoy se cumplían seis meses desde la última vez que había pisado esas tierras, precisamente en la boda de su primo Angus, y estaba seguro de que no tardaría en volver a hacerlo porque el virus del matrimonio se había extendido entre los hombres del clan. Solo esperaba tener los anticuerpos para combatirlo, porque con la racha que llevaba con las mujeres era preferible hacerse monje.  

Sus quebraderos de cabeza con el género femenino habían empezado en la consulta de su dentista. Estaba relajado en la camilla con la boca abierta esperando que la doctora se acercara con sus instrumentos de tortura, pero el instrumento que apareció delante de su cara tenía forma de un par de tetas; unas espectaculares, había que reconocerlo. Por supuesto, supo qué hacer con ellas, no era tonto. 

Su tórrido romance con la doctora duró apenas tres meses. Tuvo que ponerle punto final cuando la mujer manifestó un carácter demasiado posesivo y controlador. Tuvo que presentar una orden de alejamiento para librarse de la chica. Esa fue la loca número uno. Luego vino la loca número dos, con su carita de ángel, pero que había resultado ser más mala que el demonio. Era una dominatriz; incluso hoy en día se estremecía al pensar en ella y en su látigo de cola. 

La cosa no quedó ahí y su experiencia con las desequilibradas prosiguió, y hubo una tercera y una cuarta. Esta última estaba empeñada en ser la madre adoptiva de todos los gatos callejeros de la ciudad, cosa que a él no le importaba, por un buen polvo miraría para otro lado. Sin embargo, cuando ella llenó su piso de mininos esperando que él ocupara el puesto de padre de las criaturas, huyó despavorido. Literalmente, tras este episodio dejó la casa que tenía alquilada en Invernes, Escocia, para instalarse en la mansión que sus padres tenían en Los Ángeles, donde pensaba quedarse una buena temporada. 

Las palabras del sacerdote anunciando la entrada de los novios lo liberaron de su ensimismamiento. 

A pocos metros del altar, a una distancia prudencial y oculta entre los arbustos, se encontraba Lesley. No había sido fácil llegar hasta allí. Había tenido que usar su poder de seducción para circular sin levantar sospechas, aunque había estado a punto de echar todo a perder al coquetear con un hombre que, a pesar de no llevar alianza, estaba casado. Su mujer había montado en cólera al encontrarla en una actitud cariñosa con su marido. El episodio provocó que el infiel tuviera que sacar a su esposa a rastras para evitar un escándalo. A partir de este momento se vio obligada a ocultarse entre la vegetación. Quizás debería estar agradecida, porque su escondite le daba una panorámica inmejorable del altar. 

El día anterior había buscado información sobre las bodas celtas y sabía que era un evento con muchos simbolismos. Según el rito sagrado, dos almas se unían para que sus fuerzas y cualidades se duplicaran, a la vez que suplían sus carencias y defectos con el apoyo y aprendizaje del otro. En ese momento deseó estar comprometida para disfrutar de la misma experiencia. Aunque teniendo en cuenta el género masculino por el que se sentía atraída, sería inverosímil encontrar a un mulato aficionado a las carreras de coches o a los ritmos latinos dispuesto a someterse a un ritual pagano. 

Su mente dejó de divagar al tiempo que centraba su mirada en el círculo de flores y en las velas dispuestas sobre los cuatro puntos cardinales. Siguiendo su escrutinio posó los ojos en el altar, orientado hacia el norte como le había revelado su búsqueda. Y sobre este se encontraba una vela dorada simbolizando al sol, otra plateada representando a la luna, y una blanca encarnando a los presentes. Además de dos cuencos, uno con sal personalizando a la tierra y el otro con agua en representación del propio elemento.

Las palabras del sacerdote provocaron que el decorado perdiera importancia. Lesley sabía que tras la bendición de los elementares entrarían los novios por el camino marcado entre los asientos. Sin esperar ni un minuto, cogió su móvil y empezó a grabar, no quería perderse ningún detalle. Nada más ver a su amiga a través de la pantalla sintió que su corazón daba un vuelco y su vista se empañaba por la emoción. Olivia estaba deslumbrante: el cabello ondulado le caía sobre los hombros en una cascada castaña con reflejos cobrizos; sobre la cabeza le habían colocado una corona de flores blancas; sus ojos, de un azul verdoso y ligeramente rasgados, brillaban de felicidad; su exuberante cuerpo estaba cubierto por un vestido azul bordado con hilo de plata, parecía una princesa medieval. En cuanto a Matthew, estaba sexy como siempre, enfundado en un traje italiano de tres piezas en color índigo, que se notaba que estaba hecho a medida. Formaban una pareja perfecta y verlos juntos emanando tanto amor aligeró el remordimiento que le aplastaba el corazón. 

Retomó su atención a la escena y se percató de que iban de la mano de sus padrinos, Bruce, amigo de Matthew, y su mujer, Nimue. Una vez más sintió que las lágrimas se asomaban a sus pestañas. Respiró hondo y volvió a dar al play. En ese momento vencían la distancia que los separaba del círculo y, mientras caminaban, recibían una lluvia de pétalos de rosas por parte de los invitados. Su amiga sonreía resplandeciente. 

Ya delante del altar, y mirando al norte, observaban expectantes cómo el sacerdote consagraba el lugar y pedía permiso a los espíritus del bosque para llevar a cabo el ritual mediante ofrendas que simbolizaban la tierra y la naturaleza. A continuación, el peculiar hombre alzó las manos al cielo y proclamó: 

«En este círculo sagrado de luz nos reunimos en perfecto amor y armonía. Oh, diosa de amor divino, te pido que bendigas a esta pareja, su amor y su unión durante el tiempo que quieran vivir juntos, que puedan disfrutar de una vida plena de gozo, amor, estabilidad y fertilidad». 

Tras pronunciar estas palabras, les colocó delante un cuenco con arena y ellos colocaron su mano derecha sobre él. Acto seguido recitó: 

«Bendecidos sean por el antiguo y místico elemento tierra». 

Después, los novios giraron hasta el este y, mientras escuchaban cómo la campana sonaba tres veces, encendieron el incienso y se impregnaron con su oloroso humo. El celebrante volvió a bendecir proclamando el elemento aire. Cumplido este paso, dejaron el incensario sobre la mesa. Luego se posicionaron al sur, cogieron cada uno una vela blanca, la encendieron y, sujetándola con la mano derecha, esperaron que los bendijera aclamando el elemento fuego. Enseguida se dieron la vuelta hasta el oeste, donde recibieron un cáliz con agua, que esparcieron por sus cabezas en tanto recibían la bendición del elemento agua. Por último, volvieron a la posición inicial y el oficiante les untó aceite de rosas sobre la frente. 

Lesley estaba hipnotizada por la escena y, a pesar del insoportable ardor que sentía en sus hombros por la incómoda posición en la que se encontraba, siguió grabando. En este instante presenció a través de la pantalla cómo el sacerdote sostenía sobre los novios una piedra de color verde a la vez que recitaba: 

«Que la divina diosa del amor en toda su gloria os bendiga, que permanezcáis juntos con honestidad y crecimiento espiritual por el tiempo que viváis en matrimonio, porque esta es la unión sagrada de los aspectos femenino y masculino de la divinidad». 

Consagró los anillos con agua salada proclamando: 

«Permite que todas las vibraciones negativas, impurezas e impedimentos se vayan de ahora en adelante y permite que todo lo positivo, amoroso y bueno se quede. Bendice estos anillos en el divino nombre de la diosa. Que así sea». 

Realizada la consagración de los anillos, los colocó en el altar y prosiguió con el ritual bendiciendo los cordones de colores de la misma manera. Después les pidió que se mirasen a los ojos y que tomasen sus manos izquierda y derecha formando el símbolo del infinito. Luego tomó los cordones y, mientras los pasaba alrededor de sus manos, les iba haciendo las preguntas pertinentes referentes a la voluntad de la pareja en contraer matrimonio.

Tras escuchar las respuestas afirmativas de ambos, los ató y anunció: 

«Por los nudos de este cordón, vuestro amor está unido». 

Lesley sintió cómo algo caliente se deslizaba por sus mejillas. No era la única que estaba llorando. Olivia también tenía el rostro empapado por las lágrimas. Desvió la mirada a Matthew y soltó un suspiro soñador al ver cómo sus ojos reflejaban el profundo amor que sentía por su amiga. Sabía que esa clase de sentimiento era difícil de encontrar y se sentía afortunada de poder presenciarlo, aunque no pudo evitar sentir una punzada en el pecho al pensar que ella jamás compartiría algo así con nadie. No se creía merecedora, había hecho daño a demasiadas personas.

Sacudió la cabeza para apartar los pensamientos negativos que insistían en pulular por su mente y retomó la grabación. Los novios ya se habían desatado las manos siguiendo la tradición y se disponían a intercambiar los anillos. Matthew fue el primero en pronunciar los votos. 

 «Olivia, por la vida que corre por mis venas y por el amor que habita en mí, te tomo a ti entre mis manos, en mi corazón y en mi espíritu. Para desearte y ser deseado por ti, para poseerte y ser poseído por ti, sin pecado ni vergüenza porque mi amor por ti es inquebrantable. Prometo amarte completamente y sin reservas, en la enfermedad y en la salud, en la riqueza y en la pobreza, en esta vida y en la siguiente. Mi alma te buscará, te encontrará y volveremos a amarnos».

Su amiga, con la voz embargada por la emoción, repitió las mismas palabras a la vez que deslizaba el anillo por el dedo anular de Matthew. 

El sacerdote finalizó la ceremonia pronunciando:

«Por el poder de la diosa y su esposo coronado, yo os declaro marido y mujer por el tiempo que ambos deseéis vivir juntos en amor. Así sea».

El celebrante todavía no había cerrado la boca cuando su amiga se tiró en los brazos de Matthew y selló su amor con un beso profundo y apasionado. El rito se dio por terminado y todos los invitados se unieron al círculo para felicitar a la pareja. 


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