La historia de Raquel y Bastian "Tal para Cual"
Hola chic@s, buenas noches.
Como os prometí, hoy subo un nuevo fragmentos de la historia de Raquel y Bastian "Tal para Cual". Espero que os guste y que os animáis a seguir conociendo esa preciosa historia.
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Como os prometí, hoy subo un nuevo fragmentos de la historia de Raquel y Bastian "Tal para Cual". Espero que os guste y que os animáis a seguir conociendo esa preciosa historia.
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Una vez recogido mi equipaje, salgo al
portón de desembarque deseando con todas mis fuerzas encontrar a Blanca, hija
de Consuelo, mi niñera, a la que guardo un cariño especial. Ella, al enterarse
de mi situación y de que me mudaba a la misma ciudad donde reside su hija, no
dudó en pedirle que me ayudara. Y gracias a su intervención he podido encontrar
un lugar asequible para vivir hasta que mi economía esté saneada. O sea, dentro
de muchos meses o, tal vez, nunca. No puedo evitar pensar con amargura.
Nada más salir veo a Blanca y me quedo
asombrada con su porte. Parece una yuppie,
uno de esos que son capaces de vender a su
madre para mantener su statu quo y que miran
el reloj a cada instante calculando mentalmente cuánto dinero están perdiendo
por hacer algo tan banal como recoger a una amiga de la infancia por caridad.
—Hola, Blanca. Gracias por recogerme —le
digo mientras camino presurosa a su encuentro con la intención de saludarla con
dos besos.
Sin embargo, ella los evita para atender
a una llamada telefónica, en su móvil de última generación, el que utiliza para
machacar sin piedad a alguna pobre alma que está al otro lado. Pero ¿en qué
diablos se ha convertido la niña dulce y tímida con quien jugaba en mi
infancia?
Cuelga el aparato y me mira con frialdad.
—Llegas con retraso, un minuto más y
tendrías que haberte buscado la vida —me dice con tono frío y, sin esperar mi
contestación, toma rumbo a la salida.
Abro la boca para mandarla a la mierda;
no obstante, las cincuenta libras que llevo en la cartera gritan que me calle.
La sigo con la cabeza en alto. Estoy arruinada, pero sigo siendo yo, Raquel
Sanz Herrero.
Mi sorpresa va en aumento cuando se
detiene delante de un Audi de alta gama y, con cara asqueada, mira a mis
maletas. Una vez más me contengo y me trago su soberbia.
Después de meter las maletas, me acomodo
en el asiento del copiloto y la ignoro. Miro por la ventana y veo cómo el
pequeño aeropuerto de Stansted se va alejando. Tantas ilusiones y desilusiones
concentradas en un mismo lugar. Respiro hondo y aparto la nostalgia de mi
corazón. Esta será mi nueva vida, es adaptarse o morir. Sigo mirando por la
ventana, pero ya no veo la ciudad, veo el reflejo de una chica ojerosa y de
mirada triste; la chica que otrora fuera alegre, sensual y llena de vida, en
estos momentos está adormecida... muy adormecida.
—Ten, aquí están el contrato y las
llaves. Me han informado en la agencia de que tu compañera de piso está de vacaciones
y no saben cuándo volverá. Suerte —me dice luego de
haber estacionado.
La miro y no digo nada, pues sus palabras
no son sinceras y tengo la sensación de que está disfrutando con mi situación.
Solo que no logro entender el porqué. Nunca he tenido malas palabras con ella, al
revés; cuando éramos niñas pasábamos las vacaciones de verano juntas, ya que su
madre se la llevaba al trabajo. Cojo el sobre y me bajo en silencio. Miro a mi
alrededor para hacer un reconocimiento de lo que va a ser mi nueva morada y suspiro desalentada; Tottenham está
catalogada como una zona que se debe evitar, ya que posee un alto nivel de
criminalidad. Sin embargo, los distritos de Londres son muy extensos y en el
mismo suelo conviven el cielo y el infierno. Por suerte, estoy en la calle
Antill Rd, a cinco minutos de la estación del metro Tottenham Hale y, por lo
que me dijeron, esta zona es el cielo.
El gélido aire de enero activa mis
movimientos y, con pasos decididos, entro en la vieja casa de ladrillos rojos.
Retengo la respiración mientras doy tres
vueltas a la llave. La puerta se abre con un chirrido y el aire viciado impacta
en mis fosas nasales. Tanteo la pared, acciono el interruptor y una decadente
luz, proveniente de una bombilla de bajo consumo, ilumina la estancia. Mi
primera impresión es favorable. De inmediato camino hasta las ventanas y las
abro de par en par; una ráfaga de viento me hace estremecer a pesar de estar
todo lo abrigada que exige la estación. Sigo con mi reconocimiento y observo
que el interior está en mejor estado que el exterior. El salón es amplio y los
muebles son sencillos pero funcionales. Levanto la funda del sillón y me alegro
al constatar que el tapizado es nuevo y se ve impoluto, porque no hay nada que
me asquee más que un sofá lleno de manchas sospechosas. Prosigo abriendo
ventanas e inspeccionando cada rincón.
Según el contrato mi habitación es la de
la derecha. La abro con la misma expectativa que un niño al abrir un huevo
Kinder, y en este caso soy una niña decepcionada. La decoración consiste en una
cama de matrimonio con cabecero de forja, dos mesitas de noche de madera oscura
y un pequeño armario empotrado lacado en blanco; hasta ahí, pasable. Sin
embargo, el papel de pared es otra historia: decenas de cuervos repartidos por
las ramas de un árbol sin vida, de donde cuelgan llaves en lugar de hojas, en
cuya copa hay un espeluznante ave con una llave en el pico.
«¡Joder!», seguro que tendré pesadillas.
Salgo de la habitación y hago el camino
inverso cerrando las ventanas. Ahora toca la prueba final, la calefacción y el
agua caliente. Y, para mi deleite, funcionan de maravilla. Vuelvo al salón y me
acomodo en un mullido sillón cabriolet en
color caramelo, que está situado cerca de la ventana, en el cual no me había
fijado antes. El silencio es abrumador y la soledad me devora. Me tiro un buen
rato así, pensando sin pensar y mirando sin ver nada. Hasta que siento algo
caliente deslizándose por mis mejillas.
«¡Ni se te ocurra, Raquel! Levántate
ahora mismo y sécate esas lágrimas. Estás en Londres y mañana empiezas en un
nuevo trabajo. Eres afortunada», me digo y encierro en lo más profundo de mi
alma todos estos miedos que me consumen.
Decido llamar a mis padres. Les había
prometido que sería lo primero que hiciera al tocar suelo.
—Hola, papá.
—Hola, hija, has tardado en llamar. Tu
madre y yo estábamos consumiéndonos de preocupación. ¿Ya estás instalada? ¿Qué
tal la casa?
—Perdona, papá. He llegado hace más de media
hora y me he entretenido revisando la casa; y la verdad es que está muy bien.
No os preocupéis, estaré bien aquí.
Hablar con mi padre y sentir lo
ilusionado que está por mi nueva etapa laboral me levantó el ánimo. Él es un
gran admirador de Bastian y creo que ese fue uno de los motivos que lo llevó a
venderle la empresa, a pesar de tener otros compradores con mejores propuestas.
Después de escuchar todas sus
recomendaciones y las de mi madre me dedico a deshacer las maletas.
La casa todavía no ha adquirido una
temperatura confortable, así que decido seguir con el abrigo puesto. Pasada una
hora empiezo a entrar en calor y, como una cebolla, voy eliminando capa a capa.
Tres horas después de haber deshecho mis
maletas y guardado todas mis pertenencias en su debido sitio, siento cómo mi
estómago ruge de forma escandalosa. Hora de hacer un reconocimiento por el
barrio en busca de comida. Vuelvo a enfundarme en todas las prendas que me
había quitado anteriormente. Busco mi cartera y miro dentro, con la esperanza
de encontrar tres billetes de cincuenta libras pero, como todavía no poseo la
capacidad de hacer milagros, sigue habiendo solo uno.
Desalentada, meto la cartera en el bolso,
cojo el abrigo y salgo a la calle.
¡Joder! No son ni las siete de la tarde y
la noche ya se ha adueñado de la ciudad. Me había olvidado de que aquí oscurece
pronto.
Sin saber qué dirección tomar y temiendo
perderme en un barrio que no conozco, decido echar mano del GPS y, tras una
breve consulta, sé que debo seguir en dirección a Broad Ln. Así lo hago y, nada
más doblar la esquina, veo el centro comercial al otro lado de la calle. No
puedo contener la alegría y una sonrisa enorme se dibuja en mi cara.
Tal para Cual La historia de Raquel y Bastian Drake
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