Fragmentos "El amor no pide permiso"
Hola, chic@s:
Hoy voy a compartir con vosotr@s otro fragmento de mi novela "El amor no pide permiso". Espero que os guste y que quieran saber el desenlace de la historia. Un beso grande a tod@s.
Hoy voy a compartir con vosotr@s otro fragmento de mi novela "El amor no pide permiso". Espero que os guste y que quieran saber el desenlace de la historia. Un beso grande a tod@s.
Fragmentos:
Cojo el bolso y me dirijo a la salida. Justo cuando mi mano
está a punto de tocar el picaporte, él me sujeta fuerte por el brazo.
─Estás con otro, es eso, ¿verdad?
─No, no estoy con nadie, pero eso no es de tu incumbencia.
Suéltame, me estás haciendo daño ─le digo, y su mirada me asusta.
─Estás muy equivocada, no te voy a dejar salir así de mi
vida. Me merezco otra oportunidad y tú me la vas a dar.
─Estás delirando, yo no te voy a dar otra oportunidad. Y es
mejor que me sueltes antes de que empiece a gritar.
Procuro soltarme de su agarre y en el forcejeo me caigo
encima del mueble del recibidor, rompiendo el jarrón de cerámica con el brazo.
¡Joder!, cómo duele, ¿me lo habré roto?
─Helena, lo siento. Por favor, perdóname. No era mi
intención hacerte daño. ─Me coge por la cintura y me ayuda a ponerme de pie─.
Deja que te mire el brazo.
─No me toques y mantente alejado de mí. Lo digo en serio,
Roberto. La única cosa que tenemos en común son nuestros hijos, y por el bien
de ellos olvidaré lo que acaba de pasar. Adiós.
Antes de que consiga abrir la puerta, Roberto la bloquea
con la mano.
─Siento que te hayas caído, pero no me voy a dar por
vencido. Te voy a recuperar, Helena. Volveremos a ser una familia. ─Me sonríe,
aunque ahora su mirada es sombría.
Un escalofrío me recorre el cuerpo, ¿quién es este hombre
que tengo delante de mí?
─¿Me puedes abrir la puerta, por favor? ─le digo con voz
firme, no quiero que él vea lo amedrentada que estoy.
Él clava sus dedos en mis mejillas, atrayendo mi boca hacia
la suya. Y me besa con brutalidad. Siento arcadas cuando un sabor metálico me
inunda el paladar, no lo soporto.
─Esto es para que no te olvides de que eres mía, Helena. Te
voy a demostrar que soy digno de tu perdón.
─Pues vas por mal camino con esa actitud ─le digo en un
hilo de voz.
Me abre la puerta y tardo una fracción de segundo en reaccionar,
estoy paralizada por su inesperado comportamiento. Mi cerebro recupera sus
funciones y salgo lo más rápido que puedo de su piso. Mi corazón late acelerado
y mis piernas parecen de goma, me cuesta llegar hasta la seguridad del
ascensor. Una vez dentro, me desplomo en el suelo. El dolor que siento en el
brazo se quedó en el olvido tras procesar sus últimas palabras. ¿¡Que soy
suya!? ¿¡Que quiere recuperarme!? Está loco si cree que voy a volver con él.
Ahora que he recuperado mi libertad, que he abierto los ojos y me he dado
cuenta en qué tipo de mujer me estaba convirtiendo, jamás volveré con él, ni
que fuera masoquista.
Hago el camino de vuelta a casa como una autómata. Mi mente
está reproduciendo una y otra vez lo sucedido. Roberto nunca ha tenido esa
actitud posesiva conmigo, nunca jamás ha tenido celos. Al revés, pasaba de mí y
me trataba como a un mueble desechable. En los años que hemos estado juntos no
ha hecho más que criticarme e intentar cambiar mi manera de ser que, según él,
era ordinaria. Y ahora me viene con ese cuento de tercera. Se creerá que soy la
misma ilusa de siempre, menuda sorpresa se llevará.
Entro en casa y me recibe Eva con su sonrisa
acogedora.
─Hola, Eva. ¿Cómo están los niños? ¿Se han portado bien? ─le
pregunto.
─Hola, estaban un poco revoltosos, pero luego se calmaron.
Han comido bien y ahora están echándose la siesta.
─Gracias, Eva, eres un sol ─le digo con sinceridad.
Me sonríe agradecida y me escruta con su mirada.
─¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.
─No te preocupes, Eva, estoy bien. No te entretengo más, sé
que estás loquita por ver a tu novio.
─Bueno, entonces me voy. Hasta el lunes.
─Hasta el lunes, Eva. Que tengas un buen fin de semana. ─Le
brindo una sonrisa y la acompaño hasta la puerta.
Paso por el dormitorio de mis tesoros y los encuentro
durmiendo serenamente, parecen dos angelitos. Me emociono al ver sus caritas,
serenas e inocentes. Doy un besito a cada uno y voy a mi habitación. Tengo que
echar un vistazo a mi brazo.
Me desnudo y exclamo de dolor cuando llevo el brazo hacia
atrás para desabrocharme el sujetador. Me miro en el espejo y quedo impactada
con el enorme hematoma que va desde el hombro hasta el antebrazo. Se ve muy feo
y todavía se va a poner peor, con lo blanquita que soy mañana estará negro.
Tendré que inventar una excusa para eso, porque con el calor que está haciendo
no hay la menor posibilidad de esconderlo con ropa de manga larga. Me fijo en
mi labio inferior, hay una pequeña fisura y se ve un poco hinchado; creo que
eso lo puedo solucionar con un parche para el herpes labial, nadie se dará
cuenta.
He estado casada con Roberto durante seis años y no conocía
ese rasgo de su carácter. Tal vez sea porque, durante todo ese tiempo, he sido
completamente sumisa con él, hacía todo para complacerlo. Pero eso se ha
acabado, jamás dejaré mis necesidades de lado para satisfacer a un hombre.
El brazo me duele horrores, pero, a pesar de la molestia
que siento, aprovecho que mis tesoros están dormidos para hornear, no sin antes
tomar dos pastillas de analgésicos. La cocina es mi pasión y cuando estoy
nerviosa mi hobby se transforma en
una necesidad. Decido empezar por las galletas con pepitas de chocolate,
después haré magdalenas con relleno de mermelada de frutas. Tras dos horas y
media de trabajo, y dos bandejas de galletas y una de magdalenas, me sorprenden
dos personitas somnolientas y malhumoradas.
─Hola, mis amores. ¿Qué caritas son esas?
Me arrodillo delante de ellos y los como a besos. Al instante
acabamos los tres revolcados por el suelo haciéndonos cosquillas y riendo a
carcajadas.
─Déjalo ya, mami. No más... ─protesta Sofía entre risas.
─A por mamá, Sofía. Hora de la revancha ─dice Fabricio en
defensa de su hermana.
Como una avalancha caen sobre mí y tengo sus manitas
regordetas por todo el cuerpo.
─Me rindo, habéis ganado ─digo entre risas, estoy mayor
para eso─. ¿Qué os parece si merendamos y después nos vamos a la piscina?
─¡Yupi! ─gritan los dos al unísono.
Pasamos la tarde jugando en la piscina y, como siempre,
sacarlos de allí fue una verdadera batalla. Finalmente los tengo dormidos en
sus camas. No es fácil ser madre de mellizos, sobre todo de dos tan despiertos
como los míos.
Después de bañarme e hidratarme todo el cuerpo, decido
seguir leyendo mi novela preferida. Al cabo de un rato cierro el libro y
empiezo a fantasear con Gabriel Garko, actor que da vida al personaje y uno de
mis elegidos para fantasear, de todos es el que más me pone. ¡Dios!, es
perfecto, y su boca... Suelto un suspiro soñador y sonrío al pensar en mi sucio secretito y, no pudiendo resistir
la tentación me levanto y voy en busca de mi caja roja del placer, que tengo
guardada en un escondite secreto. Cuando se tienen dos niños pequeños y
curiosos, una tiene que ser precavida; imagina si la encuentran y me preguntan para
qué sirven esas cositas, me muero.
Paso los dedos por la suave tapa de terciopelo rojo y hago
memoria
Todo empezó cuando me separé de Roberto. Raquel y Alicia me
llevaron a un sex shop con la
intención de hacerme reír un poco. Yo siempre he sido curiosa y había intentado
varias veces introducir algún juguetito sexual en mi vida marital, tengo que
decir que muy sutilmente, pero Roberto siempre había respondido de manera
negativa, y algunas veces llegó a reprender mi comportamiento, haciendo que yo
me sintiera sucia y vulgar.
Bueno, volvamos a lo
que interesa. Estábamos curioseando por los pasillos cuando Raquel cogió una
bonita caja forrada de terciopelo rojo, la abrió y me pidió que extendiera los
brazos, la depositó encima de ellos y empezó a rellenarla con un montón de
juguetitos que yo ni siquiera sabía que existían y, mucho menos para qué
servían. Mi hermana y yo la mirábamos con la boca abierta, pero tengo que
reconocer que en el fondo estaba excitada pensando qué hacer con todo aquello.
Al final, cuando ya no cabía nada más en la caja, me miró con una sonrisa
divertida, y me dijo: «Esta caja es para la nueva Helena, la que sabe lo que
quiere, la que conoce cada pedacito de su cuerpo y sabe lo que le gusta, la que
no necesita a un hombre para tener orgasmos espectaculares, la que es fuerte y
decidida, y la que jamás va a permitir que ningún hombre controle su vida». Y
así ha sido desde este día.
Doy un repaso a
todos mis juguetitos y cierro la caja. «Hoy no te necesito Gabriel», digo en
voz alta y suelto una risita, «aquí mando yo». Sé que es un poco retorcido,
pero no he resistido a la tentación de poner a cada uno un nombre, da más
realismo a la fantasía.
Hoy me doy cuenta de lo insuficiente que era mi vida sexual
con Roberto, una mujer nunca debería tener sexo con su marido por obligación, y
yo lo hice muchas veces. En todas ellas me sentí como una muñeca hinchable,
pensaba que tenía que tenerlo contento, porque de lo contrario buscaría fuera
lo que no encontraba en casa. Qué equivocada estaba.
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